Entre el ruido y la niebla: Una confesión honesta sobre lo que significa emprender hoy

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Si entras a LinkedIn o Instagram ahora mismo, verás un desfile de victorias. Empresas que celebran su décimo aniversario, facturaciones récord, equipos sonrientes en oficinas perfectamente iluminadas y CEOs dando consejos sobre cómo "hackear" la productividad a las 5 de la mañana.
 
Si te soy honesto, a veces mirar eso me paraliza.
 
Y sospecho que, si estás leyendo esto, a ti también te pasa. Porque la narrativa del emprendimiento se ha convertido en una película editada donde solo vemos el clímax, pero nunca las escenas eliminadas donde el protagonista está mirando al techo a las 3 de la mañana, preguntándose si todo se va a desmoronar mañana.
 
Hoy no quiero hablarte de diseño, ni de conversiones, ni de estrategias de marca. Hoy quiero hablar de esa sensación incómoda en el estómago que rara vez confesamos en las juntas de negocios: el miedo a no ser suficiente y la angustia de no tener el control.
 

El espejismo de los que "lo lograron" (Sesgo del Superviviente)

Vivimos obsesionados con los casos de éxito. En Guadalajara y en el mundo, miramos a esas empresas sólidas, esos "gigantes" locales o internacionales, y tratamos de aplicar ingeniería inversa a sus pasos. Pensamos: "Si hago A, B y C, obtendré el resultado D, porque a ellos les funcionó".
 
Aquí es donde entra el sesgo del superviviente.
 
Vemos a las empresas que sobrevivieron. Vemos a las que esquivaron la bala. Pero el cementerio de proyectos que hicieron exactamente lo mismo, con la misma pasión y la misma inversión, pero que no lo lograron por factores externos, es invisible.
 
Este sesgo nos hace duros con nosotros mismos. Nos hace creer que el éxito es una fórmula matemática y que, si no estamos creciendo al mismo ritmo que "esa otra agencia" o "esa otra marca", es porque algo está fundamentalmente mal en nosotros. Ignoramos el factor suerte, el factor tiempo y el contexto irrepetible de cada historia.
 

"¿Quién te crees que eres?": El Síndrome del Impostor

Incluso cuando las cosas van bien, aparece el otro fantasma. Ese que te susurra al oído justo después de cerrar una venta o entregar un proyecto exitoso: "Los has engañado. Tuviste suerte. Pronto se darán cuenta de que no sabes lo que estás haciendo".
 
El síndrome del impostor no es solo inseguridad; es la incapacidad de internalizar nuestros propios logros.
 
En un mundo hiperconectado, donde la inteligencia artificial avanza más rápido de lo que podemos aprender a usarla y las tendencias de mercado cambian cada semana, sentirse un fraude es casi la norma. ¿Cómo puedes sentirte un experto cuando las reglas del juego cambian antes de que termines de leer el manual?
 
La complejidad del mundo actual es abrumadora. Sentimos que deberíamos saberlo todo: finanzas, legal, recursos humanos, marketing, tecnología. Y cuando descubrimos una laguna en nuestro conocimiento (que siempre las hay), validamos esa voz interna que nos dice que no merecemos estar en la mesa.
 

La ilusión del control en un sistema caótico

Quizás lo más difícil de aceptar es la pérdida de control. Nos venden la idea de que si tienes el plan de negocios perfecto, el control es tuyo. Pero la realidad del emprendedor moderno es navegar en la incertidumbre.
 
No controlas el algoritmo que decide si tu contenido se ve o no. No controlas la inflación que afecta tus costos. No controlas si un cliente decide pausar un proyecto porque su propio mercado cambió.
 
Intentar micro-gestionar el caos es la receta perfecta para el agotamiento (burnout). Nos desgastamos tratando de sostener las paredes de un edificio que se mueve con el viento, en lugar de aprender a vivir dentro de una estructura flexible.
 

Entonces, ¿qué nos queda?

Esta confesión no es para desanimarte. Al contrario. Es para decirte: no estás solo en esto.
 
Esa sensación de improvisación constante no es un fallo en tu sistema; es la naturaleza del juego actual. Aceptar que no podemos controlar el océano, pero sí podemos ajustar nuestras velas, es el primer paso para recuperar la salud mental en los negocios.
 
Aquí, en Núcleo Studio, entendemos que no podemos eliminar la incertidumbre del mercado. Nadie puede. Pero hemos aprendido que, frente al caos externo, el mejor refugio es la claridad interna.
 
No podemos controlar lo que pasa afuera, pero sí podemos controlar quiénes somos, qué defendemos y cómo nos comunicamos. Definir tu marca no es un acto de vanidad; es un acto de supervivencia. Es clavar una estaca en el suelo y decir: "Aunque todo cambie alrededor, esto es lo que soy y esto es lo que prometo".
 
Si te sientes identificado con este vértigo, bienvenido al club. Respiremos. Y sigamos construyendo, un día a la vez, entre el ruido y la niebla.

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